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Recomendación Musical: DtMF, Bad Bunny y el arte de regresar a los tuyos antes de que sea tarde

Lo escuché por primera vez en la playa. Cuatro días acampando frente al mar con amigos: paddle en la mañana, karaoke al atardecer, sesiones de fotos improvisadas, juegos de mesa que se extendían hasta la madrugada y cervezas que parecían multiplicarse con cada risa compartida. Fue un fin de semana inolvidable y, en medio de ese escenario, sonó Debí Tirar Más Fotos.


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En particular la canción que lleva ese título me atravesó como un eco de lo que estaba viviendo: la consciencia de estar en un momento irrepetible, pero también la certeza de que, al pasar, nos quedará siempre el deseo de haber guardado un recuerdo más.


Entendí entonces que el disco no era simplemente el nuevo lanzamiento de Bad Bunny, sino un manifiesto que nos obliga a pensar en la memoria, la identidad y la manera en que la música se convierte en un espejo colectivo.


En este artículo quiero acercarme a DtMF como un lente para pensar quiénes somos y qué compartimos, más allá de los beats y del furor mediático.


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Lo que me interesa es cómo este álbum opera en varias capas que se superponen: la nostalgia como motor musical y emocional, las raíces culturales que atraviesan cada canción, la memoria compartida que habita en los bailes y en las experiencias colectivas, y finalmente la tensión entre la figura global de Bad Bunny y el Benito íntimo que todavía dialoga con su barrio y su país.


Estos ejes no son paralelos sino entrelazados, y creo que allí radica la fuerza particular del disco.


La primera vertiente es la nostalgia, no entendida como simple evocación sentimental, sino como construcción estética. En DtMF escuchamos resonancias del reguetón de los 2000, del trap primigenio y de los ritmos callejeros que marcaron una época.


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Sin embargo, Benito no se queda en el homenaje; utiliza esas referencias para reconstruir una memoria colectiva y, en el proceso, nos obliga a volver sobre nuestras propias experiencias. La nostalgia aquí se vuelve un ejercicio crítico: preguntarnos qué de ese pasado seguimos llevando con nosotros y qué parte hemos olvidado.


El segundo eje es la identidad cultural. Debí Tirar Más Fotos es, sobre todo, un álbum profundamente puertorriqueño. No solo por los ritmos tradicionales que incorpora —plena, bomba, salsa—, sino por la manera en que coloca a Puerto Rico como centro y no como periferia.


Bad Bunny reafirma que lo local puede dialogar con lo global sin perder fuerza, y en ese gesto desplaza el mapa cultural: la isla deja de ser un punto exótico para afirmarse como territorio desde el cual se dicta la conversación musical contemporánea.


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La tercera vertiente tiene que ver con la memoria compartida, aquella que construimos en los espacios comunitarios: fiestas, verbenas, discotecas, cualquier lugar donde el baile se convierte en lenguaje común. El perreo y el trap en DtMFno son solo géneros musicales, son rituales de identidad.


Escuchar este álbum significa recordar quién nos enseñó a bailar, con quién compartimos aquella canción que quedó tatuada en la memoria, o qué baile inolvidable nos reveló algo de nosotros mismos. La música aquí es archivo vivo de la comunidad.


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Finalmente, el disco también funciona como un proceso de autodefinición. Benito oscila entre dos polos: la figura global de Bad Bunny, capaz de llenar estadios y convertirse en un fenómeno cultural planetario, y el muchacho de barrio que sigue hablando desde y para su gente. Esa tensión atraviesa todo el álbum, y en lugar de resolverse se convierte en motor creativo.


DtMF es un álbum donde conviven el mito y la persona, el ídolo y el hombre, y quizás allí radica su mayor sinceridad: en aceptar que la identidad nunca es un bloque sólido, sino un campo en disputa permanente.


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El álbum también cartografía la diáspora. “NUEVAYoL” no solo titula con el español boricua ese “Nueva York” afectivo: samplea “Un verano en Nueva York” (El Gran Combo), armando una línea directa entre el baile de salón, la salsa migrante y el perreo contemporáneo. El mapa que dibuja no es turístico; es el de los trayectos familiares, los veranos de visita, los acentos que se mezclan, los amores que se extravían entre islas y ciudades. En espejo, “VOY A LLeVARTE PA PR” dramatiza el gesto contrario: el retorno—real o imaginado—como promesa afectiva. Amar, en DtMF, es traer a los tuyos de vuelta a casa, aunque sea por la duración de una canción.


En el corazón emotivo del proyecto están “BAILE INoLVIDABLE” y la propia “DtMF”. La primera sitúa el baile como archivo de comunidad: quién te enseñó, con quién aprendiste el primer paso “bien puesto”, qué canción quedó tatuada en tu cuerpo. La segunda convirtió la nostalgia en un ritual compartido: miles de personas subieron a TikTok fotos de familiares, parejas, amistades y ausentes; Bad Bunny reaccionó entre lágrimas. No es solo viralidad: es la prueba de que el álbum organiza duelos y celebraciones en un mismo espacio sonoro, donde el amor no se reduce al vínculo romántico, sino que incluye cuidado intergeneracional, memoria y tributo.



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Ese amor a los tuyos es también defensa del territorio. Antes y alrededor del lanzamiento, Benito enmarcó el proyecto con imágenes y relatos de gentrificación, pérdida cultural y choque identitario; el álbum y su universo visual interrogan cómo se transforma un barrio cuando lo “cool” llega a precio de desarraigo. Escuchar DtMF desde Puerto Rico —o desde cualquier periferia urbanizada por el deseo externo— es oír una advertencia y un abrazo: “no me suelten el hilo de lo que somos”. Por eso “CAFé CON RON”, con Los Pleneros de la Cresta, no es adorno de color local: es una toma de posición sonora, una plena plantada en el centro del pop.


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La conclusión que deja este disco es la de un artista que ya no necesita demostrar nada a nadie, pero que aún así se atreve a abrir nuevas grietas en su propia identidad. Bad Bunny se mueve entre la nostalgia y la experimentación, entre el amor íntimo y la desconfianza hacia la fama, como alguien que quiere rescatar a los suyos en medio de un ruido que constantemente lo empuja hacia el aislamiento.


La obra es un espejo de una generación que, a pesar de las certezas prometidas por el éxito o la hiperconexión digital, sigue buscando en la música un refugio para reencontrarse con la familia, con los amigos, con la memoria del barrio y con el amor en sus formas más sencillas.


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DtMF no es un disco complaciente, sino una declaración de vulnerabilidad y autenticidad: el recordatorio de que incluso las figuras más visibles del pop global siguen navegando preguntas esenciales sobre quiénes son, a quiénes pertenecen y qué significa realmente estar acompañado en un mundo que cambia demasiado rápido.

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